Limbo: Capítulo 4

Joche jamás pensó que podía existir un dolor semejante. Nacía en el centro de su cuerpo y se expandía como un relámpago a través de su médula. Su instinto lo llevó a gritar pero aún no tenía boca.

—¡…!

Un nuevo relámpago de dolor lo partió al medio y perdió el conocimiento.


Despertó y gritó con todas sus fuerzas. Esta vez su alarido se abrió paso por su garganta como una manada de ratas asustadas, arañando su garganta con uñas diminutas y filosas. El sonido no llegó muy lejos e hizo ecos en algún rincón volviendo burlón a los nuevos oídos de Joche.

— ¿Ya está listo? —dijo una voz. Joche aún no podía abrir los ojos.

—Aún no —dijo otra voz en tono aburrido—. Pero el chiquitín ya tiene forma.

Una patada impactó en su costado y Joche sintió crujir sus costillas. Un nuevo alarido salió haciendo coro con unas carcajadas burlonas. Escuchó las voces alejarse y la soledad lo acompañó en la oscuridad. El tiempo pasó sin medida y el sueño lo envolvió llevándolo a lugares placenteros, sin sufrimiento ni dolor.

— ¡Joche!

Escuchó su nombre y despertó. Abrió los ojos despacio, la luz lo cegó un instante y se llevó un brazo al rostro. El dolor había cesado. Cuando los ojos se acostumbraron al resplandor vio a Gudrum a su lado. Estaba vestido de soldado alemán y sonreía con dientes manchados y sucios.

—Gudrum... —dijo Joche con esfuerzo. La voz se le apagaba en la garganta.

—Está bien Joche, no te esfuerces —dijo Gudrum suavemente—, recién llegas y necesitas tener paciencia, todo es nuevo ahora. Tienes suerte de haber llegado al lugar correcto, sólo debes seguir mis instrucciones y todo saldrá bien.

—No entiendo, ¿dónde estoy? —continuó Joche sentándose lentamente y mirando a su alrededor. Estaba en una caverna con paredes de piedra vieja y desgastada. La llama de una antorcha se asomaba tímidamente desde un rincón haciendo bailar su sombra sobre la piedra. Detuvo su mirada en dos hombres de pie detrás de Gudrum, vestidos también con ropas viejas del ejército nazi. Los rostros estaban sucios y cubiertos de bigotes y barbas desgreñadas, y sus ojos estaban vacíos y muertos.

—Mejor déjalos Joche, no te resistas —dijo Gudrum alejándose hacia una abertura que hacía de entrada.

Los hombres se acercaron y tomaron a Joche poniéndolo de pie bruscamente. Reconoció a ambos, Peluca y Alvaro, justo un segundo antes de recibir un fortísimo golpe de puño en el estómago. Joche se dobló tomándose el vientre con ambas manos pero los hombres lo pusieron de pie nuevamente. Lo golpearon ferozmente en el rostro y en todo el cuerpo, Joche intentó resistirse un par de veces arrastrándose por el suelo, gimiendo y buscando ayuda. Sólo encontró la silueta de Gudrum dibujada sobre un fondo oscuro poblado de estrellas. Los golpes continuaron hasta que perdió el conocimiento.

Soñó con imágenes borrosas de Peluca y Álvaro, recordando el tiempo que trabajaron juntos. Ambos eran inseparables, diseñadores gráficos que junto con Aborto aportaban el arte al producto de la empresa. Pero hace tiempo que ya no trabajaban en Gamelord, habían decidido ser independientes y dedicarse a la creación de un cómic que siempre soñaron ver publicado a todo color. No sabía nada de ellos desde que dejaron Gamelord.

Un helado impacto en su cara lo devolvió a la caverna. Tosió escupiendo los restos del agua que Peluca le había arrojado para despertarlo. Joche se alejó a un rincón retorciéndose y cubriéndose el rostro con un brazo. Tenía los labios y ojos hinchados y el cuerpo dolorido. Tragó saliva y el orgánico sabor de la sangre invadió su garganta.

Vio a Gudrum acercarse y agacharse junto a él.

—Necesito que entiendas que esto es por tu bien —dijo Gudrum con voz dulce. Su aliento apestaba a comida podrida.

Nuevamente Gudrum se alejó y un nuevo ataque llovió sobre el cansado cuerpo de Joche, haciéndole ver estrellas donde antes no las había, rogando perder el conocimiento para no sentir más el martirio. Con el tiempo el dolor se volvió un todo y sintió únicamente que lo movían al golpearlo. Las estrellas se apagaron y sus ruegos fueron escuchados, llevándolo lejos en un sueño profundo pero intranquilo.

Volvió a la caverna sintiendo un frío helado en todo su cuerpo. Temblaba sin parar. Abriendo lastimosamente uno de sus ojos hinchados descubrió que estaba solo en la oscuridad. Las estrellas brillaban silenciosas en un extremo de la cueva. Escuchó voces familiares afuera hablando y discutiendo con palabras que llegaban disueltas a sus oídos. Facciones de sus seres queridos se dibujaron en el oscuro cielo con la tinta plateada de los astros. Joche lloró y deseó morir, preguntándose por qué estaba allí. Cerró los ojos dejando que el frío lo envolviera con su capa de muerte.

Un ruido lo despabiló y vio a Gudrum a su lado, con Peluca y Álvaro detrás que lo miraban secamente. Vio las figuras oscuras y lejanas de otros hombres mirando hacia dentro de la caverna, con cascos y armas de guerra deformando sus contornos humanos.

—Vas a hacer todo lo que yo te diga, y lo vas a hacer bien —la dulzura de su voz parecía venir de un lugar lejano—, o los golpes volverán.

Los ojos de Gudrum relucían en la oscuridad, como dos luceros que se escaparan del cielo para protegerse dentro de la caverna. Joche quiso decir que haría lo que pidiesen pero solo balbuceó algo inentendible. Los ojos de Gudrum comenzaron a girar lentamente, como un par de ruedas en el aire. Joche intentó mirar hacia otro lado pero le fue imposible, una fuerza invisible sostenía su mirada.

—Desde este momento soy el dueño de tu alma —dijo Gudrum.

Las ruedas celestes aumentaron su velocidad, enviando un tornado a la mente de Joche que destruyó y absorbió sus recuerdos. Todo a su alrededor se volvió gris, las llamas de la antorcha escaparon llevándose su luz y las dos ruedas se encendieron con pequeñas llamas de fuego azul. Una garra entró en su pecho, cerró los dedos sobre su corazón y lo arrancó violentamente.

Las ruedas bajaron su velocidad, girando lentamente.

Joche cayó al suelo sin fuerzas. No recordaba su nombre.

Gudrum se acercó a Peluca.

— ¿Enviaron el Gévaudan? —lo increpó

—Sí señor —respondió Peluca— pero lograron matarlo antes de que llegara a Bytecode. La buena noticia es que no se asustó ante el fuego.

—Muy bien —dijo Gudrum saliendo de la caverna—. Manden toda la manada ahora mismo.

— ¡Pero señor, son cientos! —se quejó Peluca caminando con prisa detrás de Gudrum.

Gudrum dio media vuelta, miró a Peluca fijamente y éste cayó al suelo paralizado con la boca y los ojos abiertos. Álvaro se puso de rodillas.

—Haremos lo que usted diga mi señor —dijo aterrado sin mirarlo.

Gudrum siguió su camino pasando al lado de Darkman, Cherno y Juancho que limpiaban sus armas en silencio y con miradas muertas a la luz de las estrellas.

———————————————————————————

Al amanecer el cuerpo del Gévaudan descansaba frio sobre la tierra húmeda por el rocío. Cortes de distinto tamaño se dibujaban sobre el cuero volcando una sangre negruzca coagulada que se dispersaba entre los gruesos pelos rojizos. La enorme cabeza descansaba sobre una de sus patas delanteras con el hocico entreabierto asomando unos terribles colmillos del tamaño de un pulgar. Casi al llegar al límite del hocico cuatro grandes colmillos de varios pulgares de largo sobresalían sobre los demás, repartidos dos abajo y dos arriba en una dentellada mortal. Yo estaba a su lado estudiándolo mientras esperaba a los demás, buscando recordar si había visto alguna vez semejante bestia.

—Vino directamente hacia ti —dijo Tetra a mis espaldas— no hay duda que te quieren muerto.

— ¿Gudrum lo mandó? —pregunté sin mirarlo.

—Así es, al parecer aprendió a dominarlos hace tiempo.

— ¿De dónde salió semejante animal? —mi cabeza hervía en preguntas buscando ser respondidas. Di media vuelta y vi a Tetra listo para partir, con su fusil colgando de un hombro y varias municiones repartidas en sus ropas—. ¿Cómo pudo aprender a dominarlo?

—El tiempo es lo que sobra aquí —comenzó Tetra— ya hemos perdido la cuenta de los días, meses y años. Tardaste mucho tiempo en llegar. Y con respecto a la bestia sí puedo decirte de donde viene. Hay una vieja historia francesa que habla de un enorme animal feroz que mató a cientos de campesinos en el siglo XVIII. El terror asoló la zona durante meses, y nadie que lo haya visto volvió vivo para contarlo. Más tarde un campesino logró matarlo en un lugar llamado Gévaudan, dijeron que con balas de plata o algo así. Nadie sabe de dónde salió la bestia, pero desde ese día nunca más hubo muertes en el lugar.

—Pero eso no tiene relación con todo esto —dije mirando el cuerpo en el suelo.

—Sí lo tiene —continuó Tetra— la bestia que atacó en Francia salió de aquí.

Ni bien terminó su frase cientos de aullidos se escucharon de entre los árboles alrededor. Las copas de los árboles temblaron y decenas de aves alzaron vuelo asustadas.

— ¡Vienen más! —gritó Mauricio acercándose a nosotros. Los demás se acercaron corriendo apurados y trayendo todas las armas que podían cargar. Al llegar Aborto comenzó a gritar órdenes.

— ¡Pacho, llévate a Bytecode y no mires atrás! ¡Llévalo al árbol, no se detengan! ¡Vete ya! ¡Los demás nos quedamos aquí a detenerlos!

Pacho me tomó de un brazo y comenzó su carrera. Me solté desganado y corrí a su lado. No hice caso a la advertencia de Aborto y miré atrás. Mis amigos tomaron sus armas y esperaron el ataque. Tetra cargó una granada en la punta de su fusil. Bananeiro se recostó instalando una MG en el suelo, recibiendo municiones de Mauricio que portaba junto con medicinas en todo su cuerpo. David cargaba el pánzer en su hombro y Aborto tomó unas latas en su mano derecha mientras oteaba el horizonte con unos binoculares.

Los árboles que daban al claro crujieron en un trueno ensordecedor y cientos de bestias surgieron convirtiendo el claro en un infierno. Los rugidos cruzaban el aire repartiendo el terror. Se me heló la sangre y me detuve paralizado ante el horror al que se enfrentaban mis amigos.

— ¡A ti te buscan, déjalos! —grito Pacho llevándome nuevamente del brazo.

La manada se multiplicaba cada segundo, el bosque engendraba las bestias al claro tiñendo de rojo cobre la tierra. Aborto lanzó con fuerza una lata hacia ellos que despidió una nube de humo azul. Cuando las primeras bestias atravesaron el humo una lluvia de fuego arrasó la superficie. Los cuerpos de decenas de bestias volaron en el aire y cayeron sin vida sobre el claro. Algunas corrieron envueltas en llamas aullando alaridos agudos que erizaban la piel. Las demás atravesaron las llamas saltándolas o esquivándolas por un costado. Mis amigos abrieron fuego con sus armas pero estas apenas podían con algunas bestias. Las granadas de Tetra y el pánzer de David impactaron sus violentas explosiones contra la manada y la MG de Bananeiro escupió su lluvia mortal destrozando a los animales más cercanos. Mauricio armado apenas con un par de pistolas disparó a una tromba rojiza que se elevó sobre él, sin causarle ningún daño. Nada más pudieron hacer. Fue rápido. Las bestias cayeron sobre ellos y los despedazaron en segundos, algunas se detuvieron a devorarlos y las demás continuaron su carrera.

Pacho y yo corríamos con todas las fuerzas que nos permitían nuestras piernas. Estábamos llegando ya al límite del claro pero las bestias eran más rápidas.

— ¡Pacho, vamos a morir, haz algo! —fue lo único que atiné a decir con el resto de aire que guardaba en mis pulmones.

Pacho se detuvo repentinamente dejando una estela de polvo en el aire y quedó de rodillas sobre la tierra seca.

— ¡Entra al bosque! —Me gritó— ¡Busca el camino de las piedras y síguelo!

Se levantó abriendo las manos al cielo, mirando de frente al maremoto rojizo que se acercaba violentamente a nosotros. Gritó algo inentendible y poniendo un pie delante abrió los brazos detrás de su espalda y los cerró inclinando su cuerpo, una fuerte palmada estalló por delante de su cabeza agachada.

Un fortísimo trueno surgió de sus palmas juntas y la tierra se abrió bajo sus pies en una grieta que se expandió hacia las bestias que confundidas cayeron al vacío con aullidos horrorosos. Un temblor movió la tierra bajo mis pies y caí al suelo. Lenguas de fuego surgieron de las entrañas de la tierra y quemaron vivas a algunas bestias que quedaron trastabillando al borde del precipicio. La tierra tembló nuevamente y se abrió aún más hasta devorar a toda bestia viva sobre el claro. Miré a donde estaba Pacho y sólo encontré la grieta abierta, no había rastros de él.

Quedé de rodillas en el suelo mirando la tierra herida que aún emanaba lenguas de fuego. “Busca el camino de las piedras” se repitió en mi mente. Me levanté y me adentré en el bosque.